Tomado de Mensajes Conferencia General 180 Abril http://www.lds.org/
Por el presidente Henry B. Eyring
Primer Consejero de la Primera Presidencia
"Ayudamos mejor a los hijos de Dios al proporcionarles maneras de edificar su fe en Jesucristo y Su evangelio restaurado mientras son jóvenes".
Hermanos y hermanas, nuestro Padre Celestial quiere y necesita nuestra ayuda para llevar a Sus hijos espirituales de regreso a Él. Hoy hablo de los jóvenes que ya están dentro de Su Iglesia verdadera y que ya han emprendido el camino estrecho y angosto para regresar a su hogar celestial. Él quiere que ellos obtengan a temprana edad la fortaleza espiritual para permanecer en el sendero; y necesita nuestra ayuda para que regresen al sendero rápidamente si empiezan a desviarse.
Yo era un joven obispo cuando empecé a ver con claridad por qué el Señor quiere que fortalezcamos a los niños mientras son pequeños y que los rescatemos rápidamente. Les contaré el relato de una joven que representa a muchos de los que he tratado de ayudar a lo largo de los años.
Ella estaba sentada frente a mí, del otro lado de mi escritorio de obispo. Me habló de su vida. Había sido bautizada y confirmada como miembro de la Iglesia cuando tenía ocho años. No derramó ninguna lágrima mientras se refería a los más de veinte años que siguieron, pero había tristeza en su voz. Dijo que la senda que la había llevado hacia el pecado había comenzado con decisiones de relacionarse con personas que ella pensaba que eran impresionantes. Pronto empezó a violar lo que al principio parecían ser mandamientos menos importantes.
Al principio sentía un poco de tristeza y un poco de culpa, pero la relación con sus amigos proporcionaba una nueva sensación de ser aceptada; y así, la resolución esporádica de arrepentirse parecía cada vez menos importante. A medida que aumentaba la gravedad de los mandamientos que quebrantaba, el sueño de un hogar feliz y eterno parecía desvanecerse.
Estaba sentada frente a mí, y se refirió a su situación como miserable. Quería que la rescatara de la trampa del pecado a la cual se encontraba atada. Pero la única manera de salir era que ella ejercitara la fe en Jesucristo, tuviera un corazón quebrantado, se arrepintiera y, de ese modo, fuera limpia, cambiada y fortalecida mediante la expiación del Señor. Le di mi testimonio de que todavía era posible. Y lo fue, pero resultó mucho más duro de lo que hubiera sido ejercitar la fe temprano en su vida en el camino de regreso a Dios y cuando recién había comenzado a desviarse.
Entonces, ayudamos mejor a los hijos de Dios al proporcionarles maneras de edificar su fe en Jesucristo y Su evangelio restaurado mientras son jóvenes. Y luego debemos ayudar a reavivar esa fe rápidamente, antes de que se debilite al desviarse del sendero.
De modo que ustedes y yo podemos esperar una oportunidad casi constante de ayudar a los viajeros que hay entre los hijos de Dios. El Salvador nos dijo por qué sería así cuando describió la peligrosa jornada de regreso para todos los hijos espirituales de Dios a través de los vapores de tinieblas que crean el pecado y Satanás:
“Entrad por la puerta estrecha; porque ancha es la puerta, y espacioso el camino, que conduce a la perdición, y muchos son los que entran por ella;
“porque estrecha es la puerta, y angosto el camino que conduce a la vida, y pocos son los que la hallan”1.
Previendo las necesidades de Sus hijos, un amoroso Padre Celestial puso indicaciones y rescatadores a lo largo del camino. Envió a Su Hijo Jesucristo para hacer un pasaje seguro que sea posible y visible. Llamó al presidente Thomas S. Monson como Su profeta en estos tiempos. Desde su juventud, el presidente Monson ha enseñado no sólo la manera de permanecer en el sendero, sino la forma de rescatar a los que han sido conducidos al pesar.
El Padre Celestial nos ha asignado una gran variedad de puestos para fortalecer y, cuando sea necesario, conducir a los viajeros a un lugar seguro. Nuestras asignaciones más importantes y poderosas están en la familia; son importantes porque la familia tiene la oportunidad, al comienzo de la vida de un niño, de poner sus pies firmemente en el sendero de regreso al hogar. Los padres, hermanos, abuelos y tíos se convierten en guías más poderosos por los lazos de amor que constituyen la naturaleza misma de la familia.
La familia tiene una ventaja en los primeros ocho años de la vida de un niño. En esos años de protección, debido a la expiación de Jesucristo, se bloquea el uso que hace Satanás de los vapores de tinieblas para esconder el camino de regreso al hogar. En esos preciados años, el Señor ayuda a las familias al llamar a personas a trabajar en la Primaria para que ayuden a fortalecer a los niños espiritualmente. Además, Él proporciona poseedores del Sacerdocio Aarónico para que ofrezcan la Santa Cena. En esas oraciones de la Santa Cena, los niños escuchan la promesa de que algún día podrán recibir al Espíritu Santo como guía si son obedientes a los mandamientos de Dios. Como consecuencia, los niños son fortalecidos para resistir la tentación cuando ésta venga y, después, en algún día futuro, para ir a rescatar a otras personas.
Muchos obispos de la Iglesia sienten la inspiración de llamar a las personas más fuertes del barrio para servir a los niños de manera individual en la Primaria. Se dan cuenta de que, si los niños son fortalecidos con fe y un testimonio, tendrán menores probabilidades de que necesiten rescate como adolescentes. Se dan cuenta de que un fuerte cimiento espiritual puede tener un impacto positivo para toda la vida.
Todos podemos ayudar. Las abuelas, los abuelos y todos los miembros que conozcan a los niños pueden ayudar. No hay que tener un llamamiento formal en la Primaria ni hay límites de edad. Ése fue el caso de una mujer que, cuando era más joven, formó parte de la mesa general de la Primaria que ayudó a crear el lema HLJ.
Ella nunca se cansó de prestar servicio a los niños. Enseñó en la Primaria de su barrio, porque ella lo pidió, hasta casi los noventa años. Los niñitos podían sentir su amor; veían su ejemplo; aprendían de ella los sencillos principios del evangelio de Jesucristo. Y, sobre todo, debido a su ejemplo, aprendieron a sentir el Espíritu Santo y a reconocerlo. Y cuando lo hicieron, ya estaban bien encaminados hacia la fe que se necesita para resistir la tentación. Ellos tendrían menos probabilidades de que necesitaran ser rescatados, y estarían preparados para ir a rescatar a otras personas.
Aprendí sobre el poder de la fe sencilla en la oración y en el Espíritu Santo cuando nuestros hijos eran pequeños. Nuestro hijo mayor todavía no se había bautizado. Sus padres, maestros de la Primaria y siervos del sacerdocio habíamos tratado de ayudarlo a sentir y a reconocer el Espíritu y a saber cómo recibir Su ayuda.
Una tarde, mi esposa lo había llevado a la casa de una mujer que le estaba enseñando a leer. Nuestro plan era que yo lo fuera a recoger cuando regresara del trabajo.
La clase terminó antes de lo que esperábamos y, como él se sentía seguro de que conocía el camino de regreso a nuestra casa, empezó a caminar. Luego de lo sucedido, dijo que tenía plena confianza en sí mismo y que le había gustado la idea de recorrer el trayecto solo. Después de haber caminado casi un kilómetro, empezó a oscurecer y comenzó a darse cuenta de que todavía estaba muy lejos de casa.
Todavía recuerda que las luces de los autos que iban pasando se veían borrosas a causa de las lágrimas. Se sentía como un niño pequeño, y no como el muchacho que había empezado a caminar solo de regreso a casa. Se dio cuenta de que necesitaba ayuda. Entonces algo acudió a su memoria. Supo que debía orar, así que se alejó de la calle y se dirigió hacia unos árboles que apenas podía ver en la oscuridad y encontró un lugar para arrodillarse.
En medio de los arbustos, oyó voces que se acercaban hacia él. Dos jóvenes lo habían oído llorar. Al acercarse, le preguntaron: “¿Podemos ayudarte?”. Entre lágrimas, les dijo que estaba perdido y que quería regresar a casa. Le preguntaron si sabía el número telefónico o la dirección de su casa, pero no los sabía. Le preguntaron su nombre; eso sí lo sabía. Lo llevaron a un lugar cercano donde vivían, y encontraron nuestro apellido en la guía telefónica.
Cuando recibí la llamada, me apresuré a ir al rescate, agradecido de que se había puesto a gente bondadosa en su camino de regreso a casa. Y siempre he agradecido que se le enseñó a orar con fe en que recibiría ayuda cuando estuviera perdido. Esa fe lo ha conducido a un lugar seguro y ha llevado hacia él a más rescatadores más veces de las que él puede contar.
El Señor ha puesto un modelo de rescate y rescatadores en Su reino. En Su sabiduría, el Señor ha inspirado a Sus siervos a poner algunos de los medios más poderosos para fortalecernos y a colocar a los mejores rescatadores conforme se pasa por los años de la adolescencia.
Ustedes conocen dos programas poderosos proporcionados por el Señor. Uno, para las mujeres jóvenes, se llama Progreso Personal. El otro, para los poseedores del Sacerdocio Aarónico, se llama Mi Deber a Dios. Instamos a los jóvenes de la nueva generación a ver su propio potencial para lograr una gran fortaleza espiritual. Y rogamos a quienes se interesan en esta gente joven, que estén a la altura de lo que el Señor requiere para ayudarlos. Ya que el futuro de la Iglesia depende de ellos, todos nos interesamos en ellos.
Los dos programas se han mejorado, pero su propósito sigue siendo el mismo. El presidente Monson lo dijo de esta manera: debemos “aprender lo que debemos aprender, hacer lo que debemos hacer y ser lo que debemos ser”2.
En el librito del Progreso Personal para las mujeres jóvenes leemos claramente cuál es el objetivo: “En el programa del Progreso Personal se utilizan los ocho valores de las Mujeres Jóvenes para ayudarte a comprender plenamente quién eres, por qué estás aquí sobre la tierra y lo que debes estar haciendo como hija de Dios para prepararte para el día en que vayas al templo a hacer convenios sagrados”.
Sigue diciendo que las Mujeres Jóvenes aprenderán a “hacer compromisos, a llevarlos a cabo y a informar de [su] progreso a uno de [sus] padres o a una de [sus] líderes”. Además, promete que “los modelos que establezca[n] al trabajar en el Progreso Personal — tal como la oración, el estudio de las Escrituras, el servicio y el llevar un diario— se convertirán en hábitos diarios personales que fortalecerán [su] testimonio y [las] ayudarán a aprender y a superar[se] durante toda la vida”3.
El programa Mi Deber a Dios para los hombres jóvenes del Sacerdocio Aarónico se ha reforzado y simplificado. Estará contenido en un solo libro para los tres oficios del Sacerdocio Aarónico. Los hombres jóvenes y sus líderes recibirán un ejemplar de este nuevo libro. Es una herramienta poderosa. Fortalecerá el testimonio de los hombres jóvenes y su relación con Dios. Los ayudará a aprender los deberes del sacerdocio y a desear cumplir con ellos. Fortalecerá la relación con sus padres, entre los miembros del quórum, y con sus líderes.
Ambos programas ponen gran responsabilidad en los esfuerzos de los jóvenes mismos. Se les invita a aprender y a hacer cosas que serían desafiantes para cualquier persona. Al reflexionar en cuanto a mi propia juventud, no recuerdo que se me haya desafiado tanto. Es cierto que en algunas ocasiones se me invitaba a ponerme a la altura de pruebas de ese tipo, pero sólo de vez en cuando. Estos programas requieren constancia, gran esfuerzo y la acumulación de enseñanzas y experiencias espirituales a lo largo de los años.
Al reflexionar en ello, me di cuenta de que el contenido de estos libritos es una representación física de la confianza que el Señor tiene en la nueva generación y en todos los que los amamos. Y he visto indicios de que esa confianza está depositada correctamente.
En algunas visitas, he visto quórumes del Sacerdocio Aarónico en acción. He visto a hombres jóvenes que siguen modelos de aprendizaje, que hacen planes para hacer lo que Dios quiere de ellos y que entonces se ponen en movimiento para hacer lo que se han comprometido a hacer y que comparten con los demás cómo fueron cambiados espiritualmente. Y al verlos y escucharlos, se hizo evidente que padres, madres, líderes, amigos e incluso vecinos de la congregación sintieron el Espíritu al escuchar a los jóvenes testificar cómo habían sido fortalecidos. Los jóvenes fueron elevados al dar su testimonio, y también lo fueron las personas que estaban tratando de ayudarlos a superarse.
El programa de las Mujeres Jóvenes contiene el mismo modelo poderoso para desarrollar fortaleza espiritual en las mujeres jóvenes y para brindarnos la oportunidad de ayudar. El Progreso Personal ayuda a las mujeres jóvenes a prepararse para recibir las ordenanzas del templo; ellas reciben ayuda mediante el ejemplo de madres, abuelas y de cada mujer justa que las rodea en la Iglesia. He visto cómo los padres ayudaban a una hija a lograr sus metas y sueños al notar y agradecer todas las buenas cosas que ella hace.
Hace pocos días, vi a una madre de pie junto a su joven hija para recibir un reconocimiento por haber logrado juntas ser ejemplos de mujeres virtuosas extraordinarias; y cuando compartieron conmigo lo que había significado para ellas, sentí la aprobación y el ánimo del Señor para todos nosotros.
De toda la ayuda que podamos ofrecer a estos jóvenes, la más grande será el hacerles sentir que confiamos en que están en el sendero de regreso a Dios y que pueden lograrlo. Y la mejor manera de hacerlo es ir junto a ellos. Debido a que el camino es empinado y a veces rocoso, en ocasiones se sentirán desanimados e incluso tropezarán. Quizá a veces se sientan confundidos en cuanto a su destino y se desvíen en pos de metas eternamente menos importantes. Estos programas inspirados hacen que esto sea menos probable, puesto que conducirán a la juventud a invitar y a recibir la compañía del Espíritu Santo.
El mejor consejo que podemos darle a la juventud es que podrán regresar al Padre Celestial sólo si son guiados y corregidos por el Espíritu de Dios. Por eso, si somos sabios, animaremos, elogiaremos y ejemplificaremos todo lo que invite la compañía del Espíritu Santo. Cuando compartan con nosotros lo que hacen y sienten, nosotros mismos debemos ser merecedores de tener el Espíritu. Entonces, ellos sentirán en nuestro elogio y nuestras sonrisas, la aprobación de Dios. Y, en caso de que sintamos la necesidad de dar un consejo correctivo, sentirán nuestro amor y el amor de Dios en ello, y no la reprimenda y el rechazo, los cuales pueden dar lugar a que Satanás los aleje más.
El ejemplo que más necesitan de nosotros es que hagamos lo que ellos deben hacer. Debemos pedir en oración los dones del Espíritu. Debemos meditar en cuanto a las Escrituras y las palabras de los profetas vivientes. Debemos hacer planes que no sean sólo deseos, sino convenios; y, entonces, debemos guardar las promesas que hacemos al Señor y debemos elevar a los demás al compartir con ellos las bendiciones de la Expiación que hemos recibido en nuestra vida.
Y debemos ejemplificar en nuestra propia vida la fidelidad constante y prolongada que el Señor espera de ellos. Al hacerlo, los ayudaremos a sentir del Espíritu una seguridad de que, si persisten, escucharán las palabras de un amoroso Salvador y del Padre Celestial: “Bien, buen siervo y fiel; sobre poco has sido fiel, sobre mucho te pondré; entra en el gozo de tu señor”4. Y quienes les hayamos ayudado a lo largo del camino escucharemos esas palabras con gozo.
Testifico que el Señor los ama a ustedes y a cada hijo de Dios. Éste es Su reino, restaurado con las llaves del sacerdocio mediante el profeta José Smith. Thomas S. Monson es el profeta del Señor en la actualidad. Prometo a cada uno de ustedes que, al seguir la dirección inspirada que hay en ésta, la Iglesia verdadera de Jesucristo, nuestros jóvenes, y aquellos que los ayudamos y los amamos, llegaremos a salvo a nuestro hogar con el Padre Celestial y el Salvador, para vivir en familias y con gozo para siempre. En el nombre de Jesucristo. Amén.
Notas
1. 3 Nefi 14:13–14.
2. Thomas S. Monson, “Aprendamos, hagamos, seamos,” Liahona, noviembre de 2008, pág. 67.
3. Mujeres Jóvenes: Progreso Personal, librito, 2009, pág. 6.
4. Mateo 25:21.
No hay comentarios:
Publicar un comentario