domingo, 3 de enero de 2010

¡Hosanna!




Richard Neitzel Holzapfel
Director del Centro de Estudios Religiosos de BYU
Articulo publicado en Marzo de 2009

Recientemente, muchos santos asistieron a uno de los servicios de dedicación Templo en Draper Utah, el templo en funcionamiento número 129, que se llevaron a cabo los días 20 al 22 de Marzo. Además, decenas de miles participaron en la sesión del domingo por la tarde mediante una transmisión vía satélite a centros de reuniones y estacas de todo Utah. Para muchos, fue un día señalado lleno de entusiasmo, gratitud y una gran renovación espiritual.



Una característica importante de las dedicaciones de los templos es el sagrado Grito de Hosanna, dado por primera vez en el templo de Kirtland el 27 de marzo de 1836 (mañana se cumple el aniversario de su dedicación). Esta poderosa expresión de alabanza y adoración se ha repetido en todas las dedicaciones de templos, incluyendo el templo de Draper.


Hace unos años, hice una investigación sobre la historia del Templo de Salt Lake. Descubrí que el sagrado Grito de Hosanna se dio por primera vez el 6 de abril de 1892, en la ceremonia de la colocación de la piedra de coronación y, por segunda vez, en los muchos servicios de dedicación que comenzaron el 6 de abril de 1893.


En la ceremonia de la piedra de coronamiento, el presidente George Q. Cannon, consejero de la Primera Presidencia, dijo que “para que no haya ningún malentendido sobre la manera en que debe darse el Grito de Hosanna cuando se coloque la piedra de coronamiento, el presidente Snow capacitará a la congregación con respecto al grito”. Entonces el presidente Snow dijo, “Éste no es ningún orden común y corriente, sino que es -y deseamos que se entienda muy claramente– un grito sagrado, y se emplea solamente en ocasiones extraordinarias, tal como la que tenemos ahora”. Les alentó con las siguientes palabras: “Deseamos que los Santos sientan, al dar este grito, que viene de su corazón. Hagan que sus corazones estén llenos de agradecimiento”, y agregó, “Ahora bien, cuando estemos ante el templo y salga este grito, queremos que todo hombre y toda mujer griten estas palabras con toda la fuerza de su voz, de manera que tiemble cada casa de esta ciudad, que lagente en cada rincón de esta ciudad lo oigan y llegue a los mundos eternos”. Finalmente, les dijo a la congregación que el grito sagrado “se dio en los cielos cuando ‘se regocijaban todos los hijos de Dios’ [Job 38:7]“.



Con respecto a este grito, B. H. Roberts escribió, “Cuando lo proclaman miles y a veces decenas de miles al unísono, y con toda su fuerza, es de lo más impresionante e inspirador. Es imposible permanecer indiferente en tal ocasión. Parece que llena [el lugar] con ondas sonoras poderosas; y el grito de los hombres que van a la batalla no puede ser más conmovedor. Da un desahogo maravilloso a las emociones religiosas y le sigue un sentimiento de asombro reverente, un sentido de unidad con Dios”.


Se calcula que asistieron unas cincuenta mil personas a esta ocasión especial en la Manzana del Templo, con miles más mirando desde los tejados, ventanas y aún desde los postes de electricidad colindantes. Las calles cercanas al templo estaban llenas de personas que trataban de ser testigos de los eventos de aquel día. “Había tal aglomeración de gente, que todos fueron casi atropellados”, apuntó Joseph Dean. “La calle entera era una marea humana. Después de que la gente se hubo colocado lo mejor posible en su lugar, las ceremonias dieron comienzo”. Fue la mayor concurrencia de la historia de Utah, un record que no fue superado en varias décadas.


Cuando el bloque de granito quedó colocado en lo más alto del templo, el presidente Snow dirigió a los Santos en el grito “¡Hosanna! ¡Hosanna! ¡Hosanna! ¡A Dios y al Cordero! ¡Amén! ¡Amén! ¡Amén!”. Esta alabanza de agradecimiento se repitió tres veces con aumentada fuerza mientras los participantes ondeaban pañuelos blancos. “El espectáculo y el efecto de esta manifestación unida”, escribió un testigo, “fue indescriptiblemente grandiosa, avivándose las emociones de la multitud a la mayor intensidad de devoción y entusiasmo”.



John Lingren, un visitante de Idaho Falls, comentó, “La escena. . . [superó] la capacidad de la lengua para poder describir. . .Los ojos de miles estaban humedecidos de lagrimas en la plenitud de su gozo. Parecía que el suelo temblaba con el volumen del sonido que enviaba sus ecos hacia los cerros cercanos”. Otro testigo escribió, “Todos gritaron con toda la fuerza que pudieron, ondeando sus pañuelos; el efecto fue indescriptible”.


Un año después, el 6 de abril de 1893, la Iglesia realizó el primero de los servicios de dedicación. “Cuando el gran himno, ‘El Espíritu de Dios’, fue interpretado por la congregación”, escribió el conocido fotógrafo de Utah y miembro del Coro del Tabernáculo, Charles R. Savage, “me entró un sentimiento diferente a cualquier otro que jamás haya experimentado. El Grito de Hosanna fue algo para recordar por mucho tiempo y no creo que vuelva a oírlo en esta vida”.


El servicio incluyó la oración dedicatoria ofrecida por el presidente Woodruff, discursos por la Primera Presidencia y la proclamación del inspirador y sagrado Grito de Hosanna con “toda la congregación de pie y ondeando sus pañuelos blancos unánimemente”, escribió Francis Hammond. Para el hermano Hammond, “parecía que las huestes celestiales habían descendido para estar entre nosotros”. Emmeline B. Wells apuntó: “Este grito de Hosanna tocó el corazón de la gran multitud y resonó grandiosamente por el magnífico edificio; los Santos estaban tan pletóricos y embelesados en su regocijo, que sus rostros brillaban de alegría y todo el lugar parecía glorificado y santificado en reconocimiento de la consagración hecha en esa ocasión tan especial e inolvidable”.



L. John Nuttal escribió que el grito se “proclamó con gran fuerza; mi corazón y alma estaban tan llenos del Espíritu del Señor, que apenas podía contenerme”. Al terminar el conmovedor grito, el coro inmediatamente comenzó a cantar un himno especialmente compuesto para la ocasión. Thomas Griggs, miembro del coro, escribió, “el coro cantó ‘el Himno Hosanna’ del hermano Evan Stephen, uniéndose la congregación en la última parte con ‘El Espíritu de Dios’”.


Cantemos, gritemos, con huestes del cielo
¡Hosanna, Hosanna a Dios y Jesús.
A Ellos sea dado loor en lo alto,
de hoy para siempre, ¡amén y amén!


El efecto combinado de unas dos mil quinientas personas de pie en el salón de asambleas superior del templo, todas juntas en el sagrado grito y cantando el himno de dedicación, fue poderosísimo. Muchos participantes lloraron incontrolablemente; otros no podían acabar el himno al estar tan emocionados por el espíritu de la ocasión.


James Bunting dijo, “Sería en vano para mí intentar describir el interior del templo o describir el sentimiento celestial que hubo en todos esos momentos”. Otro relato indicó simplemente, “Cada uno debe ver, oír y sentir por sí mismo”.



El presidente Woodruff posteriormente contó a una congregación de Santos que “las Huestes Celestiales estuvieron presentes en el [primer servicio de] dedicación . . . y si los ojos de la congregación pudieran abrirse, habrían visto reunidos con nosotros a José y Hyrum [Smith], Brigham Young, John Taylor y todos los buenos hombres que habían vivido en esta dispensación, así como también a Esaías, Jeremías y todos los Santos Profetas y Apóstoles que habían profetizado de la obra de los últimos días”. El presidente Woodruff continuó, “Ellos estaban regocijándose con nosotros en este edificio, que fue aceptado por el Señor y [cuando] el grito [de Hosanna] llegó al trono del Todopoderoso”, ellos también se unieron en el grito de gozo.


A medida que se construyen nuevos templos, más y más Santos de los Últimos Días estarán en posición de participar en un servicio de dedicación de un templo, permitiéndoles gritar alabanzas al Señor.



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