jueves, 7 de enero de 2010

Dios ha vuelto




Escrito por Richard Neitzel Holzapfel
Director de Centro de Estudios Religiosos de BYU
Mayo 2009

En los últimos doscientos años, los pensadores europeos como Karl Marx, Emile Durkheim y Max Weber creían que la religión estaba destinada al fracaso y que Dios estaba muerto; sin embargo, la historia siempre parece sorprendernos. Pocos líderes políticos y académicos del pasado habrían imaginado que la gente de fe y sus instituciones jugarían un papel tan importante en el mundo de hoy. Aun los acontecimientos del 11 de septiembre de 2001 demuestran que, sin importar en donde viva uno, es importante entender lo que se enseña en una escuela religiosa de Arabia Saudita. Además, las elecciones presidenciales de Estados Unidos en el 2008, revelaron que las creencias religiosas todavía son importantes, aunque la Constitución Norteamericana no requiere de ninguna prueba religiosa para aquellos que buscan un puesto público (el artículo VI, sección 3, declara, “jamás se requerirá prueba religiosa alguna como requisito para cualquier oficio o puesto público en los Estados Unidos”).



Uno de los últimos esfuerzos por comprender cómo y por qué la fe está rebotando en la cara del laicismo dominante y profundo es la obra de John Micklethwait y Adrian Wooldridge, titulada God is Back: How the Global Revival of Faith Is Changing the World (New York: Penguin, 2009) [Dios ha vuelto: Cómo está cambiando al mundo el resurgimiento global de la fe]. Como algo interesante, los Santos de los Últimos son mencionados en varias ocasiones (véase las Págs. 18, 19, 65, 115, 124, 229, 233, 350, 357, 371).

 

Los autores describen sus esfuerzos como un “largo viaje” y añaden, “Sin duda, el mensaje general [de este libro] deprimirá a muchos laicistas; en ocasiones nos ha deprimido a nosotros también. Han ocurrido algunas cosas terribles en el nombre de Dios en este siglo. Indudablemente hay más en el camino”. Concluyen, “De forma desigual y gradual, la religión se está convirtiendo en una cuestión de elección – algo en que las personas deciden si creen (o no)” (372). Este modelo, en el que la elección juega un papel fundamental en la decisión de creer o no creer, es cabalmente americano. De ahí que la ola del futuro es el modelo americano, en el que no existe ninguna iglesia establecida del estado y en el que la gente decida por sí misma en lo que van a creer.

 

El libro ofrece información bastante sorprendente, como:

•“Para el 2050, China bien podría ser la nación musulmana más grande del mundo, así como la cristiana más grande” (5).


•“Muchos conflictos antiguos han adquirido un matiz religioso. La perniciosa guerra de sesenta años por Palestina comenzó como un asunto principalmente laico. . . . En la actualidad, en la era de Hamas, colonos judíos y sionistas cristianos, el conflicto israelí-palestino se ha vuelto mucho más sectario y polarizado, con cada vez más gente reclamando que Dios está de su lado” (13).


•Una encuesta de 2006—quince años después de la caída del régimen soviético—descubrió que el 84 por ciento de la población rusa creía en Dios, mientras que sólo el 16 por ciento se consideraban ateos” (13).


•La mayoría [de las estadísticas] parecen indicar que la tendencia global hacia el laicismo se ha detenido, y bastantes indican que la religión está al alza. Una estimación sugiere que la proporción de personas ligadas a las cuatro religiones más grandes del mundo – Cristianismo, Islam, Budismo e Hinduismo—aumentaron de un 67 por ciento en 1900 a un 73 por ciento en 2005 y para el año 2050 podrían alcanzar un 80 por ciento” (16). “Se mire como se mire, la fe tiene más probabilidades de afectarle a uno que antes, bien sea porque es parte de su vida o porque es parte de la vida de alguien a su alrededor – sus vecinos, sus compañeros de trabajo, hasta sus gobernantes o la gente que intentan derrocarlos” (24).


•Un estudio riguroso sobre las creencias religiosas americanas . . . demuestra claramente que el país más poderoso del mundo es uno de los más religiosos. Más de nueve de cada diez americanos (92 por ciento) creen en la existencia de Dios o de un espíritu universal” (131).


•“Los científicos sociales han producido muchas evidencias de que la religión es buena para uno . . . Daniel Hall, doctor del Centro Médico de la Universidad de Pittsburgh, ha descubierto que la asistencia semanal a la iglesia puede añadirnos de dos a tres años de vida, [resultando en] ‘una expectativa de vida sustancialmente mayor’”(146)


•“La religión también parece estar relacionada con la felicidad. Uno de los resultados más impactantes del sondeo regular de Pew es que los americanos que asisten a servicios religiosos una o más veces a la semana son más felices (43 por ciento muy felices) que aquellos que asisten mensualmente o menos (31 por ciento) o que rara vez o nunca (26 por ciento)” (147).


•“La religión puede combatir el mal comportamiento así como promover el bienestar” (147).


•“La religión parece proporcionar lazos sociales. . . . Las iglesias ofrecen un lugar seguro, en el que la gente puede conocerse y combinar información y experiencia. Ponen en contacto a personas con problemas y a las personas con soluciones” (148—149).


Al final, los autores nos recuerdan lo equivocados que han estado los expertos del pasado acerca de Dios y la religión, incluyendo a Peter Berger, quien aseguró al New York Times en 1968 que para “el siglo XXI, los creyentes religiosos se encontrarán probablemente en pequeñas sectas, agrupados para resistir una cultura laica mundial” (52).


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